Apuntes para una relectura de «Abako», de José Zamora Reboso | Cecilia Domínguez Luis

Publicado: 29 octubre, 2011 en Dossier, Dossier 2 - José Zamora Reboso

Toda escritura es una búsqueda, bien de nosotros mismos o de los otros, que son, al fin y al cabo, esa parte de nuestro yo que nos falta o nos sobra. También es una indagación sobre el lenguaje, sobre cómo expresar lo que sentimos y vivimos, lo que nos cuentan y lo que nos inventamos. Y esto no acaba hasta que el escritor ha llegado a El fin, ese final del que nos habla José Zamora Reboso: la desaparición total en la Verdad de Todo.

Y al releer Abako, me doy cuenta de que ese fue el propósito constante de este escritor que, cuando se lo permitían sus obligaciones como médico, se buscaba en lo que leía y en lo que escribía, al mismo tiempo que se preguntaba por la razón o no de nuestra existencia.

El cuento fue para Zamora Reboso su mejor manera de expresión, dadas sus circunstancias vitales, y a él dedicó su empeño, con una mirada a veces pesimista, irónica otras, de denuncia social y, también, llevado por esos recuerdos que a todos nos asaltan en los momentos de soledad y silencio: el relato de lo que somos y de lo que pudimos haber sido.

Parece como si sus cuentos fuesen una especie de ensayos para esa obra futura en la que siempre creyó y que, como muchos de los protagonistas de sus relatos, no llegó a realizar porque le llegó antes esa otra realidad, la de su muerte, que acabó, inesperadamente, con sus proyectos.

En los cuentos de José Zamora Reboso pasamos de la ficción y la leyenda, como «Abako» o «El ajedrez mágico», a un acercamiento, la mayoría de las veces doloroso, a la realidad.

Conocedor, por su profesión, no solo del cuerpo sino de las vicisitudes del alma humana, de sus grandezas y sus miserias, no duda ante la denuncia social ni en poner su mirada y la nuestra en la insensibilidad de una sociedad cada vez más alejada del “otro”. Así ocurre en relatos como «Los dos barrios y María» y, sobre todo, en «La primera autopsia».

Cuando leí este último, me vino a la memoria otro cuento que, desde otro punto de vista, trata el mismo tema. Me refiero a «La noticia», de Luis Alemany.

Los dos tienen como protagonista a un albañil, cuyo escaso sueldo sólo le da para mantener precariamente a su familia. En los dos casos, el albañil muere de forma súbita. En «La primera autopsia», de un ataque al corazón motivado por un sobreesfuerzo en el trabajo; en «La noticia», al caerse de un andamio.

Cambian los testigos y, por tanto, la visión del relato. En el relato de José Zamora, el testigo es un médico que asiste a su primera autopsia y, como tal, describe minuciosamente el aspecto que presenta el cadáver, de tal manera que al lector no le cuesta nada imaginar lo terrible de la escena.

En el de Luis Alemany, es un periodista de sucesos, al que sólo le interesa el qué, el cómo y el cuando y algunos datos familiares, que le son proporcionados fríamente.

En ambos, la denuncia de una sociedad insensible a la tragedia ajena.

Ante la premura, los médicos de «La primera autopsia» deciden coserlo rápido. Un estudiante se da cuenta de que le falta el corazón, que se han llevado para analizarlo. «Meted un trozo de sábana y cosedlo de una vez»… «Sí, hombre. Aquí se han metido hasta ladrillos y la pierna de otro muerto para rellenar», dice uno de los médicos.

En «La noticia», el redactor del periódico que ya ha terminado de cerrar la página la tira a la papelera porque, según él, «esto no tiene ningún interés».

Es la deshumanización que da la costumbre.

Plagiando a Rafael Arozarena, que, junto a Isaac de Vega, fue uno de los grandes amigos de José Zamora, diría: “Así la cosa / un albañil ha muerto”.

Si me he detenido en este relato es no solo por la coincidencia que ya he expuesto, sino porque me sorprendió su realismo, que llega a la crudeza y casi roza lo esperpéntico.

Nuestro escritor siempre iba en busca de la originalidad. No obstante, también acude a la memoria, a veces con una gran ironía, como es el caso de «Dedicatoria», donde nos presenta una galería de personajes de El Hierro, su isla natal, entre lo trágico y lo grotesco, para, al final, dedicarles la canción «¡Qué bello es vivir!».

En cuanto al tratamiento del lenguaje, aparte de su precisión descriptiva, hay un intento de acercamiento a las vanguardias en los relatos «Nélida» y «El accidente», que están escrito en un solo párrafo, en los que los únicos signos de puntuación son las comas y el punto final, lo que, en el caso de «El accidente», a pesar de ser un cuento de poco más de una página, consigue producirnos una sensación de agobio.

El escritor se va reafirmando cada vez más en sus ideas y en su manera de ver el mundo. Por eso, en sus relatos, incluso en aquellos que rozan lo fantástico o lo legendario, sus personajes se encaminan a su propia aniquilación, a pesar de que comienzan su camino llenos de esperanza. Son personajes vencidos, casi de antemano, y, a pesar de que algunos consiguen la meta que se han propuesto, su empeño llega a costarles la vida, como es el caso del protagonista de «La Gran Montaña», un cuento que, junto al de Abako, el que siembra «la duda sobre la credibilidad del dios», me recordó algunas leyendas de Galeano.

El mundo onírico y el de las alucinaciones, producto de sus conocimientos y sus vivencias, aparecen en relatos como «El fin», «Lázaro», «Alicia» o «Pesadillas en la 5ª dimensión». Y, como siempre admiró a sus amigos Isaac de Vega y Rafael Arozarena, escribe un cuento, «Gabriel Zulueta» (primer premio de cuentos de CajaCanarias en 1990), muy cercano a lo autobiográfico y en el que aprovecha para rendir homenaje a esos dos escritores. Un relato, por otro lado, en el que no admite concesiones, en el que vuelve a aparecer el desencanto ante la realidad y la imposibilidad del autoengaño.

Por eso, los cuentos de José Zamora Reboso son, en cierta forma, inquietantes, porque en ellos se nos dan a conocer las luces y las sombras, desde unos recuerdos o unas fantasías que se cargan de emotividad, que nos hieren a veces, pero que nos hablan del profundo amor y dolor que fue para este escritor la vida.

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Cecilia Domínguez Luis nace en La Orotava (Tenerife) en 1948. Es licenciada en Filología Hispánica. Ha publicado poemas, artículos y cuentos en periódicos y revistas de las Islas y de la Península. Además: dieciséis libros de poemas, una novela, cuatro libros de cuentos, dos de ellos para niños y otro para adolescentes y un relato corto juvenil. Pertenece al comité de redacción de la revista Cuadernos del Ateneo, editada por el Ateneo de La Laguna, sociedad de la que fue presidenta. Ha sido traducida al francés y al rumano y, a lo largo de todos estos años, ha participado como ponente en diversos Congresos nacionales e internacionales de lengua y literatura, así como en encuentros de poesía, dentro y fuera de Canarias. Entre sus libros de poemas más destacados se cuentan Un cierto sabor ácido para los días venideros (1987), Solo el mar (2000), Doce lunas de Eros (2000). Y, entre sus obras narrativas, el libro de relatos Futuro imperfecto (1994) y la novela El viento en contra (2002). Agradecemos a Cecilia Domínguez Luis este texto sobre José Zamora Reboso escrito expresamente para el presente dossier.

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