Recuerdo de Ezequiel Pérez Plasencia. Entrevista a Eduardo García Rojas | Rafael-José Díaz

Publicado: 27 mayo, 2011 en Dossier, Dossier 1 - Ezequiel Pérez Plasencia

El jueves 24 de febrero de este año moría en Cartagena el escritor y periodista Ezequiel Pérez Plasencia (Santa Cruz de Tenerife, 1957). Autor de una obra no excesivamente amplia pero considerada como una de las más intensas y sugerentes de su generación, Pérez Plasencia trabajaba en el momento de su muerte en la que hubiera sido su segunda novela. Galardonado con el Premio Internacional de Relato Juan Rulfo en el año 2000 con “Decena de un cronopio”, su obra sigue siendo relativamente desconocida a pesar de los numerosos artículos que “Sesé”, como lo llamaban sus amigos, publicó en la prensa de las Islas. Los responsables del portal “Narradores canarios actuales” hemos querido entrevistar a quien fue uno de sus mejores amigos y lectores, Eduardo García Rojas, al que damos las gracias por su generosidad.

1. Recuerdo una hermosa foto de Daniel Mordzinski que se publicó en una recopilación de fotografías suyas titulada Escritores de Tenerife. No la tengo ahora mismo delante, pero me acuerdo de que en ella se ve a Ezequiel Pérez Plasencia, con su mirada melancólica e inteligente, en uno de los rincones del Parque García Sanabria de Santa Cruz de Tenerife, lugar emblemático de la ciudad. ¿Crees que su obra narrativa está especialmente vinculada a la isla? Teniendo en cuenta que sus últimos años transcurrieron en Cartagena, ¿qué crees que supuso para él abandonar la isla y trasladarse a la Península?

La obra de Ezequiel está más vinculada a Santa Cruz de Tenerife que a la isla, pero no como geografía urbana sino como geografía humana. En la mayoría de sus, a mi juicio, excelentes relatos cortos, la capital tinerfeña late a través de sus personajes. Todos ellos vistos bajo una penetrante y en ocasiones socarrona mirada.

En cuanto a la segunda cuestión, quiero pensar que el único dolor que le produjo a Ezequiel abandonar la isla fue alejarse de su madre, con quien estaba estrechamente unido. Regresó una vez, a raíz de su fallecimiento, y me consta, por conversaciones que mantuve con él, que no descartaba la idea de regresar a Tenerife, no por nostalgia sino más bien por cuestiones económicas. En todas esas charlas telefónicas siempre le aconsejé que cometería un grave error si volvía. Santa Cruz de Tenerife es una ciudad que estrangula y extraña en las relaciones que genera entre sus habitantes. Gran parte del dolor existencial que caracterizó a Ezequiel se debe en parte a esto que tan mal intento describir ahora con palabras. Ezequiel tuvo la enorme suerte, además, de reconstruirse como persona en Cartagena, logró introducirse en su mundillo intelectual y destacar con su voz. ¿Echaba de menos Santa Cruz de Tenerife? Creo más bien que esa nostalgia supo explotarla a través de sus obras. Es una lástima que la muerte se lo llevara justo en el momento en el que por fin parecía que se estaba reconciliando con su pasado, teñido de reverso tenebroso, amores apasionados (algunos correspondidos y otros no tanto) y miles de lecturas en las que se refugió con la esperanza de ver de otra manera esta singular, triste y sombría capital de provincias que es Santa Cruz de Tenerife.

2. Todo parece indicar que Ezequiel Pérez Plasencia fue un trabajador de la palabra cuyo oficio se desarrolló en silencio, desde ciertos lugares periféricos (Santa Cruz de Tenerife, Cartagena) y al margen de escuelas, modas o generaciones. ¿Crees que podríamos hablar en su caso de soledad creadora? ¿Con qué autores de su entorno crees que dialoga su obra?

Bueno, creo que cualquier actividad artística implica una soledad creadora. Es verdad que Ezequiel se mantuvo al margen de grupos, aunque sé que sentía mucha amistad por Manuel Padorno y Rafael Arozarena, a quienes, además de admirar, consideraba, de alguna manera, algo parecido a aquel padre al que no conoció como merecía. En cuanto a sus influencias, yo destacaría a Camus, a Joseph Roth, a Chéjov, a Rubem Fonseca, a Thomas Bernhard, entre otros tantos. Siempre le estaré eternamente agradecido por darme a conocer Roth. Me inició con el relato breve La leyenda del santo bebedor.

3. Autor de libros de relatos, de una novela (además de la que se encontraba escribiendo en el momento de su fallecimiento), de crónicas, artículos periodísticos y microrrelatos, Ezequiel Pérez Plasencia aborda la mayoría de los subgéneros narrativos. ¿En cuál de ellos crees que destacó y qué obra o qué obras señalarías como máximos exponentes de su escritura?

A mi juicio, donde Ezequiel se movió como pez en el agua fue en el relato corto. Me gustan sus artículos, sobre todo aquellos que califico de costumbristas y en los que describía su vida en el barrio de la Salud Alto, en Santa Cruz de Tenerife. El regreso de Calvert Casey, que es un extraño libro de viajes a La Habana, Cuba, me parece delicioso porque por primera vez Ezequiel se quita la careta de autor serio y se permite alguna broma. Decena de un cronopio, por el que obtuvo el Premio de Relato Juan Rulfo, es un cuento perfecto e intenso. Tuve la suerte de leerlo antes de que lo publicara, así como su novela El orden del día, que sin ser un libro redondo y que, además, se editó muy mal, es sumamente recomendable para conocer las miserias periodísticas en esta provincia.

4. Su formación parece haber sido autodidacta. Entre sus autores de cabecera figuran Chéjov, Joseph Roth, Borges, Thomas Bernhard o Calvert Casey, además de otros autores en cierto modo más secretos. ¿Dirías que su obra se fue configurando desde la necesidad de expresar una serie de verdades íntimas y que, en este sentido, su diálogo con estos autores constituye un ejemplo de lectura creadora, incluso de identificación visceral con autores que fueron para él necesarios?

Sin duda alguna. Como nos pasa a algunos lectores, Ezequiel también padeció el mal de don Quijote. Solo que él aprendió a dialogar con ellos, a vivir con ellos, casi a intentar parecerse a ellos.

5. Has participado en el reciente homenaje que se brindó a la memoria de Ezequiel Pérez Plasencia en Tenerife. En varias de las evocaciones de su persona, incluidas las que tú mismo has publicado en diferentes medios, se destaca la personalidad vitalista —entremezclada, sin embargo, con un poso de desencanto— del autor tinerfeño. Como lo conociste bien y fuiste uno de sus grandes amigos, quisiera preguntarte: ¿obedece su creación a una búsqueda de sí mismo, a una exploración en su propia identidad? ¿Cuáles crees que son las claves que permiten entender el mundo narrativo de Ezequiel Pérez Plasencia?

Es una pregunta difícil. Ezequiel, como cualquiera de nosotros, fue una persona con dobleces. Cuando se sumergía en lo que quiero llamar su reverso tenebroso no era él (pero eso nos pasa a todos); cuando lograba salir de estas etapas de estupor malsano, lo recuerdo como uno de esos amigos que trascienden la frontera para convertirse en un hermano. En cuanto a sus claves, pienso que todo lector debe de descubrir las que su obra le dicte. En una ocasión le expliqué lo que había sentido al leer uno de sus cuentos y recuerdo que se le iluminaron los ojos: «Es tu interpretación. Y me gusta», me dijo.

6. ¿Has tenido acceso a la novela que dejó inédita al morir? ¿Se trata de un proyecto terminado o quedó lamentablemente interrumpido? ¿Sabes si se está estudiando ahora mismo la posibilidad de publicar su obra reunida?

No he tenido la oportunidad de tener acceso a ella. Sé, sin embargo, que existe, aunque quedó inconclusa. Esta información me la proporcionó su hermana, con la que mantengo contacto. En cuanto a la publicación de su obra completa, Alfonso González Jerez, con el respaldo de quienes nos encontrábamos en la mesa en el homenaje que le hizo la Fundación Pedro García Cabrera, exigió su edición y ahí quedó la idea. Idea, me temo, que, como todo lo que se cocina en Canarias, terminará triturada por el olvido. Tengo esperanzas, no obstante, en que los amigos de Cartagena sí hagan posible el sueño.

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